Herewith the first post on this
blog in Spanish. It is a slightly augmented verion of the piece posted on
November 30 under the title “Service.” It was translated by Mathias Ball who
has lately accompanied me to the Gypsy
Fish. There he joins me in a drink—though not in an alcoholic one like my
martini. I’d be interested to find out how many readers find a post in Spanish
useful. If there is interest, Mathias, I am sure, would be happy to translate future
pieces as well.
liente regular de un restaurante
de la zona
Recientemente me volví un cliente regular en Gipsy Fish[1],
un restaurante de mariscos cerca de nuestra casa, a una distancia suficiente
que puedo considerar la caminata de ida y de regreso como mi ejercicio diario.
Más importante es que me gustan bastante los mariscos, especialmente los
camarones. Es un buen restaurante,
grande y bien cuidado, tiene un menú extenso y de buen precio. Como
bonus para mí, aceptan mi MasterCard, que no me cobra extra por compras en
pesos.
Todo esto es de suma importancia,
pero hace unos meses agregaron una característica que los destaca entre los
restaurantes de la Ciudad de México que he visitado: aunque no hay bar, están
completamente dispuestos a aceptarme a mí y a mi acompañante si llegamos y
decimos que sólo venimos por un trago.
Y la razón por la que con
frecuencia voy sólo por un trago a un restaurante de mariscos es que Patrick,
mi acompañante por mucho tiempo (pero ya de regreso en Bélgica) les enseñó mi
receta para preparar un Martini.
No es una bebida tan común en
México, así que instrucciones de un yanqui como yo no caen mal. Mi
receta es cuatro a uno, así que cuatro partes de ginebra y una de vermut, seco.
(Hasta eso sí me gustan mucho los Martinis, así que me sorprendió una vez que
me senté a almorzar en la barra de un restaurante concurrido de San Francisco,
donde un mesero me dijo que los servían sin una gota de vermut, para que nadie
se quejara de que no estaba suficientemente seco.) Así que cuatro a uno es mi
preferencia, aunque también disfruto de una ginebra sola.
Regresando a Gipsy Fish...
Anina, mi acompañante de ese día, y yo fuimos a comer y nos recibieron con
saludos amistosos, como siempre. Era temprano, aún no era hora de la comida, y
los meseros no estaban ocupados. Los meseros, hombres y mujeres, no están
uniformados, pero claramente son profesionales; no son estudiantes haciéndole
de mesero en su tiempo libre para ganar un poco de dinero, sino meseros de
profesión.
El capitán, el señor Refugio
Gudiño —lo
considero el maitre d´— nos recibió
con la cordialidad de siempre y se aseguró que un martini y una margarita (para
Anina) estuvieran listos lo más pronto posible. Anina y él conversaron (él no
habla inglés y yo entiendo muy poco español), y se me dio un breve resumen: le
había informado a Anina que habían ordenado algo para mí, un cojín para mi
silla.
Hace tiempo había preguntado si
podían prestarme un cojín para mi silla. Sus sillas están perfectamente bien,
mi trasero es el que no tanto: a mi edad me siento prácticamente sobre mis
huesos. Ese día trajeron un cojín del restaurante cruzando la calle, Gipsy
Grill. Pero el amigable maitre d´ había tomado nota de mi necesidad
y de que frecuentaba semanalmente su restaurante.
Este detalle y servicio es más de
lo que jamás hubiera esperado. Y es producto de un profesionalismo al que, en
mi experiencia, no tendrías acceso en Estados Unidos hasta llegar a un
establecimiento más caro. Pero en México (en mi experiencia limitada) la gente
se enorgullece en hacer bien sus trabajos. Hay respeto a lo que el filósofo
F.H. Bradley llamó “mi estación y sus deberes”
Estoy completamente consciente de que hay desventajas a esta visión clasista
de la sociedad, pero es una simplificación suponer que es inferior a la
cuasi-igualitaria de los Estados Unidos. En algún punto tendré que hablar más
al respecto.
P.d. Unos días después de que empezara a escribir esta pieza, mi
acompañante Mathias y yo fuimos de nuevo por un martini (sólo para mí) y a
almorzar. Me presentaron un cojín, suave y azul, con una gran sonrisa y una
reverencia. Mi duro trasero y yo le dimos las gracias, regresando la sonrisa y
la reverencia.
[1] Se encuentra
en la esquina de Holbein y Rodin, justo en los límites de la colonia Noche
Buena.
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